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NATURALEZA DEL SIGNO LINGÜÍSTICO Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general, pp. 98-17 y 133-137 Si pudiéramos llevar encima todas las cosas que necesitamos para expresar correctamente lo que queremos decir, con la finalidad de utilizar esos objetos para “hablar”, tendríamos que cargar con un gran bulto sobre nuestras espaldas, que nos permitiera contar con las “palabras” necesarias para tener una charla fluida y variada; a pesar del entusiasmo que podría llegar a suscitar la posibilidad de comunicarse de este modo, parece sumamente complejo cuando uno comienza a pensar en “¿y qué pasaría si quiero decir algo como “profundo estupor”, o “insosegable estímulo?” Mandujano, Miguel. “Signo, perro y mentira”. Revista Algarabía No. 20, p. 30... Esto demuestra que la lengua no se limita a ser una simple nomenclatura, es decir, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas. Aun así, podemos aprovechar esta visión de la lengua como nomenclatura para reforzar el doble carácter dado por Ferdinand de Saussure al signo lingüístico: está conformado por un significado -imagen conceptual o nombre- y un significante -imagen acústica u objeto. Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general, p. 101 “Dicho en otros términos, en el signo están unidas dos partes: una acústica, perceptible por los sentidos, y una mental, que es evocada por la anterior” Ávila, Raúl. La lengua y los hablantes, pp. 19-24. Al corresponder un significado por cada palabra, es normal que se tienda a un simplismo tal como este que supone que la única función de las palabras es nombrar lo que existe en la realidad. Pero ¿cómo llamarle a lo que no existe “tangiblemente”? Buscando la respuesta a esto, podemos darnos cuenta de que la significación total de una palabra parte de la relación de una idea y de un signo, y va más allá, pues se encuentra al margen del tiempo y de su propia transmisión entre la masa hablante. El signo lingüístico no une una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica. Al hablar de imágenes acústicas, no nos estamos refiriendo al sonido de la palabra en sí, sino a la imagen que se forma en nuestra mente al pensar en esa palabra; tienen naturaleza psíquica, pues podemos hablarnos a nosotros mismos o recitarnos mentalmente sin necesidad de mover los labios ni la lengua. La articulación de la palabra pasa a ser un asunto sobreentendido, pues la imagen sigue siendo comprendida naturalmente aun sin haber realización por el habla Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general, p. 103. Volviendo al ejemplo del principio, no es necesario contar “físicamente” con todas las palabras que expresamos –lo cual sería muy complicado y nada práctico-, pues los signos lingüísticos existen en la mente de cada hablante, contenidos en el código materno que le ha correspondido. El lazo que une al significado con el significante es arbitrario, pues nadie puede afirmar que tal o cual palabra es la verdadera para nombrar un objeto; bien podría estar designada por cualquier otra palabra. Muestra de esto son las distintas traducciones de los significantes del mismo significado, de acuerdo a cada lengua o tipo de lengua. De acuerdo a las teorías del origen del lenguaje, se ha propuesto que todas las lenguas conocidas en el mundo occidental derivan de una lengua “madre” llamada Indoeuropeo. De esta derivaron varias ramas que han ido cambiando o desapareciendo a lo largo de los siglos; las familias que permanecen hasta nuestros días son: Báltico, Eslávico, Germánico, Céltico, Itálico e Indo-iranio; en los vocablos integrantes de cada familia se pueden encontrar coincidencias sustanciales, muchas veces palabras idénticas o con ínfimas diferencias. Sin embargo, esto no es suficiente para rebatir que los signos lingüísticos se “asignan” arbitrariamente, pues sigue sin haber razón aparente para que las palabras se llamen como se llaman. Alatorre, Antonio. Los 1001 años de la lengua española, p. 24 Es por esto que Umberto Eco nos dice que “hablar es mentir”, y que la semiótica es, en principio, “la disciplina de todo lo que puede usarse para mentir”. Eco, Umberto. La estructura ausente, 2005, p. 22 Sin embargo, no debe llegarse a la idea de que el significante depende de la libre elección del sujeto hablante, pues primero este necesita ser aceptado por una sociedad, y establecerse como una costumbre colectiva o como una convención. Derivadas de esta arbitrariedad, aparecen dos propiedades –en apariencia contradictorias- del signo lingüístico: la inmutabilidad y la mutabilidad. Saussure nos dice que “la arbitrariedad pone a la lengua al abrigo de toda tentativa que pueda modificarla. Los hablantes, aunque fueran más conscientes de lo que son, no podrían discutirla, pues para que una cosa entre en cuestión es necesario que se base en una norma razonable…” Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general, p. 111 Y como los signos no tienen un motivo, ni una razón de ser, no podríamos discutir si conviene un nombre u otro para determinado objeto; a esto hay que sumar que pertenece a una tradición lingüística, al que todos los integrantes de esa tradición han aceptado, por lo que se puede utilizar la lengua para discutir sobre algo distinto que la lengua misma. Pero si la lengua tiene un carácter de fijeza, no es sólo porque esté unida al peso de la colectividad, sino también porque está situada en el tiempo. En resumen, la inmutabilidad del signo lingüístico se debe a que la lengua es de todos, pero no es de nadie. Al ser tan universal, pierde toda posibilidad de “democratización” o “reformación”. El aspecto contradictorio nos dice que, gracias a que la lengua está situada en el tiempo, los signos lingüísticos pueden ser alterados más o menos rápido; así, el signo está en condiciones de alterarse porque se continúa. Así, la lengua sufre alteraciones –desplazamientos de la relación entre significado y significante- y transformaciones, paradójicamente, sin que los sujetos puedan transformarla, pues se trata de una institución “pura”. No existe lengua que pueda resistirse a estas transformaciones, Aun tratándose de lenguas artificiales, y por tanto “perfectas”, como el esperanto, idioma creado en la década de 1870-1880 por el doctor Ludwik Zamenhof, que pretendía convertirse en una lengua universal que fuera sencilla y fácil de aprender, a fin de mejorar la comprensión lingüística en el mundo entero. pues la continuidad del signo en el tiempo, ligada a la alteración en el tiempo, es un principio de semiología general. El tiempo altera todo lo existente, por lo que no hay razón para que el lenguaje sea la excepción a esta ley universal. A fin de que realmente se produzca la comunicación, es preciso articular los signos de manera determinada, dándoles orden específico. En esta condición se refleja el carácter lineal del significante. No basta con enunciar las palabras para que se produzca la comunicación, es necesario dotarlas de un orden, el cual es provisto por la sintaxis de las lenguas. Así, la articulación de letras lleva a la formación de palabras, que articuladas a su vez forman enunciados, y de esta articulación de enunciados surgen los sistemas de comunicación. González Reyna, Susana. Manual de investigación documental y redacción, p. 18 Otro aspecto de este principio se refiere a que el lenguaje no dispone más que del tiempo para poder ser realizado; este carácter aparece inmediatamente cuando se le representa mediante la escritura y se sustituye así la sucesión en la línea del tiempo por la línea espacial de los signos gráficos. La lengua es un sistema libre, que puede organizarse prácticamente a capricho, mientras obedezca a un principio racional; se combina con la acción del tiempo, que actúa sobre la masa hablante mostrando el efecto de las fuerzas sociales. No hay lenguaje sin masa hablante, así como no hay lenguaje sin su fijación en el tiempo; es así como podemos hablar de “lingüística evolutiva” –o diacrónica- y de “lingüística estática” –o sincrónica. La sincronía concierne a las relaciones entre cosas coexistentes, de donde está excluida toda intervención del tiempo, mientras que en la diacronía nunca se puede considerar más que una cosa cada vez, pero en ella se sitúan todas las cosas incluidas en la sincronía, con sus cambios respectivos en el tiempo. En el caso de la lengua, la multiplicidad de signos nos prohíbe estudiar simultáneamente sus relaciones en el tiempo y sus relaciones en el sistema, por lo que se vuelve absolutamente necesario tomar en cuenta ambos aspectos, dejando lo sincrónico en un estado de la lengua y lo diacrónico en sus evoluciones. Para los sujetos hablantes de una lengua, sólo existe su aspecto sincrónico, pues se trata de la verdadera y única realidad. La sucesión en el tiempo de la misma es algo ajeno a él; es un sistema en el que todas las partes pueden y deben considerarse en su realidad sincrónica. Sin embargo, es la sucesión de los hechos diacrónicos y su multiplicación espacial lo que crea la diversidad en los idiomas. La ley sincrónica es general, pero no imperativa, por lo que se impone a los individuos por la coacción del uso colectivo, sin llegar a representar obligatoriedad, por lo que el orden que define es precario. La diacronía supone, por el contrario, un factor dinámico por el que se produce un efecto o se ejecuta una cosa; los sucesos diacrónicos tienen siempre un carácter accidental y particular. Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general, p. 108 En el nivel pancrónico de las ciencias, existen leyes que se verifican y se cumplen en todas partes y siempre, tales como la ley de la gravedad o de la proporción aurea; en lingüística, hay reglas que sobreviven a todos los acontecimientos, pero hay ahí principios generales que existen independientemente de los hechos concretos: desde el momento en que se habla de hechos particulares y tangibles, no puede existir un punto de vista pacrónico, pues no alcanza jamás a los hechos particulares de la lengua. BIBLIOGRAFÍA Saussure, Ferdinand Tr. de Amado Alonso Curso de lingüística general Losada 1ª ed. 2012 424 p. Mandujano, Miguel “Signo, perro y mentira”, en Revista Algarabía No. 20 Otras Inquisiciones México 2005 96 p. Ávila, Raúl La lengua y los hablantes Trillas 1ª ed. México 1977 136 p. Eco, Umberto La estructura ausente: introducción a la semiótica De Bolsillo 2ª ed. México 2005 446 p. González Reyna, Susana Manual de investigación documental y redacción Trillas 5ª ed. México 2005 206 p. PAGE \* MERGEFORMAT 5